Entendiendo que cualquier guerra en la que intervinieran potencias
nucleares, acabaría, independientemente de quién la ganara -aunque en realidad
todos los seres humanos saldríamos perdiendo; lo mismo que La Madre Tierra,
solo que Ella se recuperaría y nosotros no- con que quien fuera perdiendo haría
uso del poder atómico.
El equilibrio nuclear de fuerzas entre unos y otros –buenos y malos,
dejando al amable lector la calificación- y el saber por parte de los
gobernantes que todo puede terminar en un verdadero desastre para la humanidad
entera; por lo que finalmente no habría ganadores, sino solo perdedores.
Hace que en el momento presente las disputas se reduzcan a pesos y
centavos; para empobrecer tanto a los contrarios de tal modo que sean ellos los
que derroquen a sus gobiernos. Siempre
ayudados, desde luego, por los desestabilizadores profesionales que
invariablemente están atrás de los inconformes.
Aunque lo cierto es que la inmensa mayoría de la humanidad estamos en manos
de un puñado de sátrapas que se manejan de acuerdo a sus propios intereses, sin
que les importe un comino el bienestar de sus conciudadanos.
El problema en Ucrania, como lo hemos estado repitiendo en este mismo
espacio, no pasará a mayores. La amenaza
de una tercera guerra mundial es de facto, “el petate del muerto” con el que
quieren atemorizar al resto del mundo.
A estas alturas, ni siquiera el desequilibrado mental de Netanyahu, a pesar
de que Israel posé 400 bombas atómicas, sería capaz de desatar una confrontación
bélica. Korea del Norte se dice que solo
tiene tres; y con eso le ha sido más que suficiente para mantener a raya a
Washington.
Pero el problema nuclear puede sobrevenir, no por las bombas que puedan
lanzarse unos y otros, sino por los movimientos telúricos que en cualquier
momento pueden reventar cualquier instalación atómica por segura que parezca.
Ejemplos los tuvimos en la central Vladímir Ilich Lenin a 18 Kms. de la
ciudad de Chernóbil, en Ucrania, el 26 de Abril de 1986. Y el de Fukushima el 11 de Marzo del 2011.
Pero así como hoy, mañana, dentro de un siglo o mil años, todas las presas
del mundo reventarán, pues nadie puede ir en contra de La Madre Naturaleza sin
pagar las consecuencias; de igual manera todas las plantas nucleares terminarán
estallando.
Sin embargo el sentido común indica que dada la correlación de fuerzas y la
interdependencia que ha traído la globalización -quizá lo único bueno- se puede
pensar que una guerra a gran escala es poco probable.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario